Coney Island

 

La noria de Coney Island giraba mostrando piernas colgando, caras sonrientes, parejas de enamorados… Hacia arriba… Hacia abajo…

Yo la miraba con las manos metidas en los bolsillos de mi gabardina.

Advertí que uno de ellos estaba roto… Y sentí tristeza al comprobar que no se trataba de un simple descosido… Sino el resultado de haberme quedado sin un solo penique. Pasear era lo único que podía permitirme.

Manhattan se encontraba al otro lado… como algo inalcanzable, como un sueño a medio camino entre lo posible y lo imposible, entre el pasado y el presente…

Empezaba a atardecer…Hacía frío.

“Esta ciudad es tan caprichosa… Lluvia, viento, sol, calor, frío, lluvia otra vez… Pronto llegará la nieve.” Pensé.

De repente sentí unas manos sobre mis ojos. Dejé de ver, dejé de pensar… tan solo un olor, su olor… Atrapé sus manos con las mías. Pequeñas… suaves… Las aparté para darme la vuelta… Entonces la vi.

Con una sonrisa risueña me dijo: “¡Sorpresa! Sabía que estarías aquí…”

Caminamos abrazados… Nos alejamos de la noria y ella me preguntó:

“Dime… ¿Qué has compuesto hoy para mi?”

“Oh… es algo muy especial. Hoy lo tocaré antes de que te duermas…” Le contesté.

Ella se paró y sacó de su bolso una bolsa de papel de la que extrajo dos sándwiches envueltos con cuidado y un gran termo de café.

“¡Voilá! Tenga usted caballero.”

Me ofreció aquél pedazo de cielo, junto con un sorbo de café caliente que me supo a gloria, igual que su cara alegre y despreocupada.

“Ven…Sentémonos en este banco” Me dijo haciendo un gesto con sus manos.

Yo la obedecí. Se acurrucó junto a mí.

“Empieza a hacer frío…Pero… ¿Sabes una cosa? Soy feliz cuando estamos así, juntos… Qué sencillo puede llegar a ser todo…” Sus ojos brillaban mientras contemplaba el horizonte.

Apoyó su cabeza en mi hombro y yo la acerqué a la altura de mi boca para besarla.

Su pelo olía a patatas fritas y hamburguesas, a batido de chocolate, nata y fresa…A largas horas sirviendo mesas en una cafetería del muelle…Y tras ello, estaba el olor de su alma…El mar, el café, dos sándwich y Nueva York.

Puede que esto sirva para describir brevemente el estado de la felicidad. Porque en aquél momento, sentí que no necesitaba nada mas.

Por Patricia Bernardo Delgado.

14 comentarios

  1. Nos encanta! Describes tan bien las sensaciones que haces que una desee estar allí. Como la felicidad reside en las pequeñas cosas y pequeños momentos nos hacen felices, siempre que estemos con las personas que así nos hagan sentir.esperamos pronto nuevos relatos!

  2. Precioso relato, evocador como un sueño, con la sensibilidad a flor de piel.

    Yo también quiero estar allí.

    Cuéntame más historias, quiero más

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