La vida desde la azotea

 

Las azoteas tienen algo encantador… Desde ellas se pueden ver los tejados de las casas, con sus antenas de televisión, sus terrazas… Incluso la ropa tendida que se mueve al compás del viento.  Casas y casas… Llenas de historias que desconozco…Pero las azoteas también pueden hacerte descubrir lo desgraciada que es tu vida si tu marido te acaba de abandonar…

Si… Así era como me sentía en el preciso instante en que terminé mi café, mientras el sol daba justo de frente a mis narices y dos jovenzuelos con demasiada testosterona tuvieron la mala idea de invadir mi espacio, acompañados de cervezas y un iphone cargado de música estridente que no tuvieron inconveniente en compartir.

Eso me hizo darme cuenta de lo vieja que me sentía. No sabía qué hacía exactamente en la azotea de un pequeño hotel de Tarifa, mirando los tejados y antenas que ahora se antojaban desagradables, viejos y desgastados. Pero el caso es que ahí estaba yo. Y también esos dos pequeños intrusos.

En la habitación me esperaban mis amigas. Es bueno tener amigas que te acompañen de vacaciones y se ofrezcan a ayudarte a hacer mas llevadero un divorcio. Sobre todo si la causa es otra mujer más joven, más delgada y más fresca. Podeis interpretar este apelativo desde el punto de vista que mejor os convenga. Yo os recomiendo hacerlo por el lado sarcástico, jocoso… Si, estaba dolida, despechada… Y desgraciadamente a veces, ni la mejor de las compañías consiguen hacerte olvidar. Miré mis muslos quemados por el sol y mi pelo hecho un estropajo. Definitivamente debía tomar cartas en el asunto.

Primer propósito: no tomar el sol sin protección. Segundo propósito: no comer mas secreto ibérico ni nada que lleve el apellido de ibérico. Tercer propósito: dejar de fumar. Cuarto propósito: Dormir mas horas. Quinto propósito: no beber alcohol. Sexto prop….

-Alicia ¿piensas quedarte toda la tarde metida en tu mundo o vas a decidir ducharte y salir con nosotras de una puñetera vez?-

Esa era mi amiga Carmen. Era admirable su potencia de voz. Porque consiguió que se escuchase por encima de la música tecno o lo que demonios fuese que sonaba en “mi terraza”. Llevaba subiendo cada tarde desde hacía una semana sola, maravillosamente sola…

-¡Alicia! ¿Estás sorda o qué?- Carmen se había plantado con los brazos en jarras delante de mí. No sin antes mirar con aprobación a los jóvenes cuerpos testosteroicos.

– No, aún no. Pero como sigas gritando así creo que acabaré perdiendo mi capacidad auditiva- le contesté poniendo mi mano en la frente mientras arrugaba el entrecejo.

­– Muy graciosa. Déjate de ironías y mueve el culo. Te espero abajo-.

Sexto propósito: Hacer más caso a mis amigas y salir de la habitación del hotel aquella misma noche.

Si. Tener amigas estaba realmente bien, aunque eso supusiese enfrentarte a la terrible sensación de haber perdido media vida y destrozado tu cuerpo de la forma mas absurda, mientras ellas seguía fabulosas. Mis amigas habían tomado la sabia decisión de ser lo más importante de sus vidas. Y eso requería tiempo y una gran dosis de egoísmo de la que yo carecía. Todas trabajaban, todas eran personas inteligentes y también tenían mi edad. No había excusa. Salvo mi propia pereza y vagancia para el deporte. Dedicaban la gran mayoría de su tiempo libre al cuerpo. Según ellas, invertían demasiadas horas en su cabeza. De hecho, les echaba humo. Se pasaban el día tomando decisiones, resolviendo problemas, haciendo informes, defendiendo a algún depravado en los juzgados o presentando un balance… Así que para tener un buen equilibrio interior era necesario que el resto de energía que les quedaba la dedicasen a verse perfectas. Eso requería horas de gimnasio, claro está, una dieta adecuada, sin sufrimientos innecesarios, sesiones en su salón de belleza favorito una vez al mes y… Me agotaba solo de pensar en tener que hacer todas esas cosas. ¿De dónde sacaban tiempo? Yo acababa rendida cuando terminaba la jornada. Y la verdad, nunca me había preocupado de guardar una dieta. Había tenido suerte todos estos años. Mi genética era buena, mi metabolismo funcionaba de forma acelerada y tenía tendencia a adelgazar. Pero me había descuidado… Quizás eso había sido la causa de que mi marido me abandonase…

Séptimo propósito: Dejar de culparme. No debía culparme porque mi marido me hubiese abandonado por otra mujer…Según mis queridas amigas, me había librado de un auténtico canalla. Y tarde o temprano me la habría pegado con otra. Así que mejor que me lo hubiese hecho con cuarenta y no con cincuenta. Ahora estaba en la flor de la vida… Pero sí debía culparme por haberle presentado a mi compañera de yoga Susana, más alta, más delgada, atlética, con más pecho y más contundencia que yo en todos los aspectos.

Una llega a creer que su marido es maravilloso y que cuando le dice: “Pero qué cosas se te ocurren tonta, si estás estupenda…” Es verdad. Sonríes con satisfacción pensando: “Qué suerte tengo. Mi hombre es tan maduro que no se deja encandilar por los cantos de sirena de mi nueva amiga Susana.”

 A Susana la conocí en clases de yoga. Y rápidamente conectamos. Empezamos a quedar para tomar un café, después para ir de compras, ir a cenar solas… Luego sin darme cuenta la introduje en mi círculo de amistades y le presenté a mi marido. Susana era genial. Me hacía sentir estupenda. Todo en mí era admirable: Mi puesto de trabajo, mi sentido del humor, conseguir vivir sin preocuparme en exceso de ir perfecta en todas las ocasiones… Tener tan buenos amigos y un marido con el que no había dejado de tener sexo. Si… Susana. La maldita Susana que se apoderó de mi marido, lo hipnotizó y volvió gilipollas integral.

 Octavo propósito: No confíes nunca en un hombre ni en una mujer soltera, guapa y con mallas. Y sobre todo: no la presentes a tu marido. Nunca. Error. Bajo ningún concepto pienses que los estereotipos están desfasados porque no lo están, créeme. Las cosas son como son: y unas mallas con un cuerpo atlético, son unas mallas con un cuerpo atlético. Y si tiene algún interés en tirárselo lo conseguirá. Y de rebote te dejarán tirada como una colilla. Igualita que la colilla que estaba aplastando con furia ahora mismo contra el cenicero con forma de concha de la terraza del hotel de Tarifa.

 Noveno propósito: Controla tu furia. A veces me entraba una rabia interior que se apoderaba de mí como un alien… En estos momentos los recuerdos de Susana haciendo contorsionismo en la clase de yoga, con sus mallas ajustadas y su top marcando sus perfectos abdominales, con esa sonrisa dibujada en su boca, me estaba poniendo enferma. La voz de mi marido resonaba de fondo: “Estás loca Alicia, ¿por quién me tomas?. ¿Crees que me vale cualquier cosa?. Si, tiene un cuerpo bonito pero cariño, soy un hombre casado…”

Si… Y un capullo. La música de mis compañeros de terraza estaba empezando a superarme. Cerré los ojos y dejé que el sol que empezaba a caer sobre los tejados me relajase. De repente sentí unas ganas terribles de llorar… Me sentía tan sola… Y tan poca cosa… Había personas que conseguían tener esa vitalidad, esa fuerza y esa seguridad que nada se les ponía por delante y si algo entorpecía su camino, lo apartaban. Porque tenían espíritu competitivo, si… Joder, ¿donde había quedado el espíritu deportivo de toda la vida, ese en el que no pones la zancadilla a una amiga y ni se te ocurre robarle a su marido? ¿Y por qué a mis amigas no les ponen los cuernos y a mi si? Y lo que es peor… ¿Por qué me ponen los cuernos y me dejan para irse con ella?

 Un momento… ¿Dónde coño estaban las lágrimas? Esas que cuando salen, te liberan…

Décimo propósito: Aprender a llorar. Últimamente me cuesta llorar. De repente noto un nudo en la garganta que me oprime y en vez de subir hasta los ojos, desciende al estómago y se asienta dando vueltas en circulo, una y otra vez, como el centrifugado de una lavadora… Después se convierte en ganas de vomitar, pero tampoco llega a producirse la arcada que me haga expulsar todo ese malestar fuera. Se queda dentro, muy dentro. A veces tengo la sensación de que me voy a ahogar.  Tengo ganas de salir corriendo. Pero no puedo hacerlo. Sucede cuando estoy en el trabajo. Me paralizo. No me centro… Así que creo que si soy capaz de llorar en casa todos los días un poco, mi ansiedad se irá calmando. El caso es que decidí probar con películas tristes. Realicé una selección de las que se a ciencia cierta que me harían romper en llanto. Comencé por “Lugares Comunes”, esa es un valor seguro. En cuanto Federico Luppi le diga a la bibliotecaria que intenta ligar con él aquello de: «Lily siempre gana», empezará a temblarme la barbilla y los ojos se empañarán.

Pero no, no fue con Federico Luppi, fue con Diego Peretti en “No sos vos, soy yo”. Dios mío… En cuanto empezó a sonar Jorge Drexler con su: “Y que sea… lo que sea….” me dio una angustia en el estómago terrible y empecé a llorar. Y lloré. Lloré… Llore… Si, pero en vez de liberarme, me sentí muy triste… Muy pero que muy triste y muy pero que muy sola.

Sorbidos los mocos, me di cuenta de formaba parte del proceso. Llorar, sentirse triste, sola, angustiada y… Volver a llorar. Dar golpes contra el cojín del sofá en el que estás tirada viendo la película y decirte: gilipollas, eres una gilipollas….Bien basta.

El caso es que aún no tengo muy bien controlada esta fase. Y ahora estoy en una terraza intentando soltar una lágrima y no hay manera. Yo creo que si miro de frente al sol, las lágrimas caerán. Aunque solo sea por lo que molesta….

-Perdona… ¿Te importaría darme fuego?- una sombra demasiado alta me acababa de chafar el plan.

Miré hacia arriba. ¿Por qué las nuevas generaciones eran tan altas y tan guapas? Dios, es que los que nacimos en los setenta éramos… ¡Qué narices!, teníamos personalidad. Ya no los hay como nosotros.

 –Si claro, toma­-. Aquél joven, se puso de cuclillas para encender su cigarrillo. Al verlo de cerca me di cuenta de que no era tan joven, en realidad tenía arrugas… En realidad….

 -¿Llevas mucho en Tarifa?-me preguntó. Yo seguía arrugando la nariz, el entrecejo y toda yo para poder visionar a aquél… ¡Hombre!

 –Si… bueno, casi una semana… He venido con unas amigas de vacaciones-

Él hombre que había dejado de ser joven, me miró a través de sus ojos verdes. ¿O eran castaños…? En realidad no veía un carajo con el sol que me estaba cegando.

 -¿Y vosotros?- dije mirando a su compañero.

–Nosotros también estamos de vacaciones. Vengo con mi hijo todos los años a practicar ski surf. Se ha convertido en una tradición- Me dijo, el joven, reconvertido en hombre y padre.

 -Desde aquí parecéis hermanos…- le dije intentando sonreír.

–Mis gustos musicales son más tradicionales- contestó él. “Eso espero” pensé yo.

 –Me llamo Jorge- me dijo dándome dos besos que a punto estuvieron de tirarme de la tumbona.

–Yo Alicia- contesté.

–Bonito nombre, como “Alicia en el país de las maravillas”- sonreía, arrugándose tanto o más que yo.

-¿Hasta cuando te quedarás?- preguntó.

-Creo que este calvario durará una semana más… – contesté.

Él soltó una carcajada. –Por lo que veo no te gusta nada esto. Eres la primera persona a la que oigo hablar de Tarifa con tan poco entusiasmo-

 Miré hacia los tejados de nuevo… No me quedó más remedio que reír. – Si… creo que no estoy pasando mi mejor momento..-

Pero… ¿Qué demonios estaba haciendo? Eso era lo último que se debía hacer en estos casos…

– Sé de lo que hablas…- dijo. “¿Ah si? ¿A ti también te han puesto los cuernos con una yoguita escultural llamada Susana?” pensé.

 – Me divorcie hace tres años- añadió con una sonrisa melancólica que me desarmó.

-¿Tanto se me nota?- pregunté yo intentando ofrecer la mejor de mis sonrisas.

 –Los de nuestra especie nos olemos a leguas… La primera vez que vine aquí lo hice por Javi. Después te acabas acostumbrando y asumes que ésta es tu nueva vida. Hasta que un día, dejas de sentir añoranza por el pasado y te das cuenta que el presente y lo que está por llegar pinta mucho mejor… En fin, no te entretengo más. Espero que nos volvamos a ver pronto, “Alicia en el país de las maravillas”- dijo para despedirse.

 Undécimo propósito: No hacer más propósitos…

 Por Patricia Bernardo Delgado

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